Al entrar en la sala lanzó un grito.
La carpeta verde de la mesa, habia sido sostituida por un paño negro con galones de plata.
Un féretro descansaba sobre él, en medio de cuatro velones de cera que animaban aquel cuadro con un lúgubre resplandor.
El sacerdote, Mercedes y la sirvienta, lloraban arrodillados al pié de la mesa.
—Quién? preguntó Cárlos con los ojos casi fuera de sus órbitas.
—La señora, contestó la sirvienta.
El amigo de Arturo se arrodilló.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mercedes instruida por Camila, de la pasion de ambos jóvenes, y conociendo a Cárlos por el retrato que su amiga le habia hecho de él, le hizo una seña para que la siguiese, y Cárlos y Mercedes salieron al patio.
—Vd. vé: señor, el estado lastimero de esta desgraciada casa. He mandado á Camila a la mia y pienso tenerla siempre conmigo. Es preciso desalojar hoy mismo esta casa. Si Vd. quiere tener la bondad de ayudarnos.
—Señora, estoy á las órdenes de Vd.
—Desearia que mandásemos á casa los muebles de Camila, mi hermano y la sirvienta le ayudarán á Vd. á ponerlos en disposicion de llevarlos. Yo voy á mi casa á atender a Camila.
Mercedes se cubrió con su pañuelo, y se encaminó á pié à su casa.