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gorra de color de rosa, con adornos y cintas del mismo color, un bordado pañuelo de blanquísima espumilla indiana, que caia graciosamente de sus hombros y estaba sugeto sobre su voluptuoso pecho, por un bonito camafeo guarnecido de un luciente y precioso cincelado de oro, un vestido de gró negro, con cuatro graciosos y ondulantes volados chinescos, caprichosamente picados á fuego, un par de pulseras de corales con broches de oro y un blanco guante que cubria su pequeña y bien formada mano, en la que traia una linda targetera de nacar con filetes de oro.

Se aproximó a Camila, que continuaba arrodillada á los piés de la efigie del Salvador y le puso una mano sobre el hombro.

La costurera volvió vivamente la cabeza y se precipitó en los brazos de la desconocida, esclamando:—

—Mercedes!!!

Ambas permanecieron estrechadas algunos segundos.

La opulenta y lujosa Mercedes y la pobre costurera.

Hay quien dice: Las riquezas dan goces al corazon; pero proscriben de él las virtudes.

¡Mentira y mil veces mentira! ¡Blasfemia y mil veces blasfemia!

Mentira; porque el corazon virtuoso encuentra en los bienes de fortuna un elemento, que, entre los goces que le proporciona, le proporciona