—Los médicos nunca dicen à un enfermo.... el sepulcro.... te espera, .... porque cuando no.... pueden salvar el físico.... no quieren herir.... la moral.... Yo conozco.... mi estado.... y se que mi.... ecsistencia.... toca á su fin.
El rostro de la enferma, tomó una espresion estraña.
Camila creyó ver en ella, la de la agonia y corrió desesperada á arrodillarse á los pies del crucifijo, que habia sobre la cómoda, esclamando con un acento desgarrador.
—¡Dios mio! ¡Dios mio! ¿qué crímenes he cometido para que asi me hagais tan desgraciada?
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Harian algunos minutos que Camila oraba fervorosamente, cuando se oyó el ruido de un carruage que se detenía á la puerta.
Una señora bajó de él, y entró á la sala.
Tendría esta, veinticuatro ó veinticinco años de edad.
El color de su rostro era trigüeño, matizado graciosamente con el fresco sonrosado de sus megillas, con el azabachado negro de sus espresivos ojos, con el renegrido color de sus arqueadas sejas, y con el ébano de su reluciente cabello.
Al coral de sus arrebatadores lábios, bien podría aplicarse este pensamiento del aventajado Mármol—Tus lábios frescos y rojos como las clavelinas que nacen á las orillas del Galges.
Vestía esta simpática muger, una elegante