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do el impulso de mi corazon que vuela hácia Vd., se lo entrego tan puro como el cáliz de una flor.

Mi primer y último amor, es y será el que Vd. me ha inspirado.

Cárlos enagenado y ébrio de placer, se arrodillaba à los pies de Camila y estampaba un ardiente beso en una de sus manos, que en los transportes de su felicidad oprimia entre las suyas....

Pero pronto los celos, compañeros inseparables del amor vinieron á trocar en acibar, el néctar de sus amores.

Càrlos empezó á ser infeliz, porque empezó á sentir en su corazon ese veneno. No podia ser feliz porque abrigaba en él la desconfianza del hombre apasionado, desconfianza que se tiene hasta del mas insignificante de los seres, hasta de hombres como D. Blas Aguilar; celos que se tienen hasta del aire que aspira la muger querida.

La prudencia de Camila, para con el espia de Rosas, y la continua presencia da éste en su casa, vinieron á amargar las dulzuras que gozaba Cárlos en el amor de la bella é inocente costurera.

El lector conoce ya la disposicion en que se hallaba el ánimo de Càrlos con estas sospechas, la noche del veinte y tres de Mayo.

Ahora escribirémos otro capítulo, en el que tratarémos de anudar el hilo de nuestra pequeña historia.

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