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Un jóven se presentó en la puerta de la sala.

Camila no habia sido engañada por su corazon.

Era Càrlos.

Despues de cruzar los saludos de costumbre y de haber preguntado Cárlos por la salud de Camila, ocupó el asiento que Dª. Marta le ofreció entre ambas.

—Parece señor D. Carlos, que ha retardado usted algo el cumplimiento de su promesa? dijo Dª. Marta.

—Desearia, señora, que tuviesen ustedes la conviccion de que si yo fuese á seguir el impulso de mis deseos, no pasaria una hora lejos de la agradable compañia de ustedes.

—Gracias señor: contestó algo turbada Camila, ¿como le va a Vd. de fatigas?

— Muy bien señorita: gracias. En este momento salgo de guardia y deseando disfrutar la primera de mis horas de franquia, me he acercado á esta casa.

—Usted nos favorece demasiado, señor Prado.

—Señora: no hago mas que ser justo.

Iba Carlos á obtener una respuesta, cuando tres cañonazos disparados en la fortaleza dieron la señal de ¡alarma!

Cárlos se levantó de su asiento y con un tono algo picaresco dijo:

Señorita: yo creo que soy indulgente hasta tocar en el ridículo; pero creo tambien que jamás podré perdonar al señor Lagos el disgusto que en