Cuatro sillas con asiento de esterilla completaban el ajuar de esta bonita habitacion debido á la laboriosidad y economias de la virtuosa costurera que la habitaba.
Entró esta, y abriendo el cajon de su mesa, estrajo de él su costura, acercó una silla, aproximó la luz, y dando la espalda á la puerta inclinó su graciosa cabeza y empezó su labor.
Cinco minutos despues presentóse en la habitacion un hombre envuelto en una ancha capa. Colocó su sombrero sobre una silla, descubriendo una cabeza sobre la cual habian dejado apenas tres ó cuatro trencitas de un cabello gris, los cincuenta ó cincuenta y dos años que habian pasado sobre él.
Un par de ojos hundidos mas bien por el vicio que por la edad, relumbraban como los de un reptil en su arrugado rostro.
Al ruido que este hombre causó al entrar, la costurera volvió vivamente la cabeza y como movida por un resorte se puso de pié, lanzando sobre el desconocido una mirada fulminante. Una de aquellas miradas con que la muger virtuosa y ofendida, hace espirar la palabra en los labios del despreciable ser, que se atreve á empañar el límpido cristal de su virtud.
— Hermosa Camila: balbuceò el recien llegado, cortado por la actitud magestuosa de la jóven, pido á Vd. mil perdones; pero yo creo que merezco..........
— Basta señor:interrumpió esta, con esta vi-