En esta cuja estaba acostada una amarillenta viejecita que al parecer dormia. Una encantadora niña que demostraba apenas la edad de diez y seis ó diez y siete años y cuya tez blanquísima formaba un dulce contraste con el renegrido color de sus ojos y cabello, estaba sentada á su cabecera.
Una cómoda que mas bien era acreedora al nombre de incómoda, por el estado de deterioro en que la habia sumergido el uso, y sostenida por dos mal seguros pies, descansaba sobre la pared del frente, de la cual era preciso desviarla inclinàndola hácia adelante para abrir sus añejos cajones, faltos ya de la mayor parte de sus tiradores. Sobre ella habia un crucifijo, algunos libros, un candelero con vela y un florero que á falta de flores encerraba una porcion de plumas de pavo-real.
Una mesa cuadrada de pino, semi-cubierta por una agugereada carpeta de paño verde ocupaba el centro, y ocho ú nueve sillas de madera colocadas de distancia en distancia completaban el menage de esta pieza.
De repente levantóse la niña de los negros ojos y tomando la luz se acercó al lecho.
—Parece que duerme, dijo ecsaminando atentamente las facciones de la viejecita, ¡quiera Dios que este sueño alivie sus dolencias y reponga en un tanto sus ya gastadas fuerzas!
Diciendo esto colocó la luz en su lugar y atravesaando el patio, se dirigió á su habitacion.
Esta estaba situada en el segundo patio.