dejarte en el florido y màgico jardin de la felicidad conyugal, como dicen los poetas, que mienten mas de lo que pueden llevar al hombro. Con que Càrlos ¿al teatro?
—¡Al teatro! contestó, Càrlos y ambos se dirigieron al de Victoria.
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Dejaremos proseguir su camino al enamorado Cárlos y su amigo el alegre Arturo y nos trasladaremos con el paciente lector á una casa de pobre apariencia situada en una de las lóbregas calles inmediatas á la plaza de la Concepcion.
Una pequeña y entablillada puerta daba entrada á su oscuro zaguan. De la pared de la izquierda de este pendia un viejo farol, cuyos vidrios en su mayor parte rotos, estaban reemplazados por pedazos de papel, sugetos con obleas y que servian en ese momento para resguardar del viento á una pequeña y moribunda llama, que relampagueaba en el centro y cuyos débiles rayos eran el último resto de la pobre iluminacion que apenas habia durado una hora.
La casa tenia dos patios. En el primero á mas de algunas ordinarias aunque bien cuidadas plantas, había una puerta à la derecha que daba entrada á una espaciosa sala. Una elevada y antiquísima cuja de jacarandá con incrustados y perillas de bronce y envuelta en una colgadura de coco de color de ante, ocupaba su lado izquierdo.—