—Perdon Jaime: no cometas este crímen.
—Ahora necesito cortar tus orejas.
—Jaime!! ¡¡no!!. ... ten compasion de mi; por el recuerdo mismo de tu padre.
—¡Miserable! ¿invocas el nombre de tu víctima, para detener el brazo vengador de su hijo? Malvado! ¿no observas en la sonrisa amarga de ese cráneo, en sus ojos cóncavos que parecen animarse á la luz de ese velon y á la presencia de su asesino, ne observas que sitisfecho de mi venganza, te grita con un acento sepulcral palabras muy parecidas à las que yo he escrito sobre su descarnada frente?
—Jaime! he sufrido demasiado......piedad!
El jugador tomó su puñal, y un momento despues, colocaba un par de ensangrentadas orejas en el bolsillo del chaleco de Aguilar, de donde poco antes habia quitado el reloj de su padre.
Jaime, fué á arrodillarse ante la cabeza de la víctima de Rosas, y cubriéndola de lágrimas, permaneció un rato en silencio.
Era un cuadro horroroso el que tenia lugar en el sótano.
La pálida y ensangrentada faz de Aguilar, cuyos ojos relumbraban en el interior de sus órbitas como dos brasas de fuego, y cuyo cabello erizado daba á su fisonomía un aterrador aspecto,
y el arrepentido jugador arrodillado ante la calavera colocada al pié del velon, que animaba esta escena siniestra con los pálidos rayos de su luz funeral.