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la patria potestad, la moral sexual, la situación legal y social del hijo espurio, el derecho que asiste a la mujer para reclamar una moral igual para ambos sexos y el deber que llenará para conquistar ese derecho: ser madre en toda ocasión de la vida.

La escuela, así, será escuela de vida y no fosilización de prejuicios sociales, religiosos y científicos.

La supresión absoluta de escuelas fuera de las del Estado — laica, obligatoria, para ambos sexos — fusionará las clases sociales e irá zapando, lenta pero seguramente, los prejuicios sexuales.

El contacto de protector a protegido que se establecerá forzosamente entre cada alumno y el infante menor de 6 años puesto bajo su amparo, elevará moral e intelectualmente al educando.

Pero a quien salvará la escuela-hogar, dignificándola al hacerla cumplir su deber social de ser "madre", es a la mujer. Ahí, en ese hogar de niños, está su regeneración. Ante los resultados prácticos, individuales y colectivos, las jóvenes opondrán al feminismo actual, que tiende a masculinizarlas, el eterno femenino que las hace madres en toda ocasión de la vida y, llenas de amor y de respeto por la maternidad desvalida, exigirán del Estado un servicio femenino obligatorio que haga de cada alumna de las escuelas públicas la hermana mayor y la madrecita del hijo del obrero.