Encendida de ese fervor inquieto la vemos convertirse en su vocero autorizado y simpático en congresos, asociaciones, revistas, diarios y conferencias, irradiando su alma, pero empobreciendo su delicado organismo, en ese noble afán de saturar a su pueblo de la verdad que bullía en su mente, movía su corazón y llenaba sus grandes, dulces ojos verdiazules de una llamarada de luz: semejante a aquella que la leyenda pone en las sienes del elegido por la ansiedad humana para convertirlo en símbolo de un anhelo de dicha y de paz.
Sus compañeras de estudio, sus colegas, sus alumnas sobre todo, habrán sentido, a menudo, el influjo de esa electrización que explica el avance y desarrollo de todas las propagandas que responden, en la debida oportunidad, a la satisfacción de realidades o preparan el terreno para llenar aspiraciones; ese apasionado celo puesto en servir los propios ideales, explica porqué ciertos maestros, sin mayor competencia técnica, consiguen resultados asombrosos en su enseñanza. Es que el fervor es sugestivo y contagioso; y Raquel Camaña era un reóforo transmisor de ciencia y de bondad cuando su verbo y su gesto eran conjunción de su potente cerebro – inteligencia y voluntad – y de su corazón, todo dulzura.
Eso bastaba para hacer de ella la maestra ideal.
Era, además, la mujer fuerte que rompiendo vallas