feliz; seres capaces de determinarse con libertad relativa y con responsabilidad plenla porque conocerán la realidad científica, porque basarán la moral racional y práctica en las leyes naturales de la vida y no en prejuicios artificialmente inculcados.
Debemos hablar a los jóvenes con nobleza y valor el lenguaje de la realidad sobre la cuestión sexual, sobre la reproducción de la especie, como del más esencial de los hechos biológicos y sociales.
Debemos hablarles científicamente, sin falsas vergüenzas y sin mentidos misterios. Nuestra enseñanza, vivificada por un poderoso idealismo, les hará admirar la belleza de las leyes universales en la generación. Comprenderán la trascendencia del acto sexual y se sentirán penetrados por su vivificante poesía al concebir el amor, origen de los más grandes goces y de los más grandes deberes, y su fin natural, la reproducción de la especie, como la síntesis de la función más importante y de los sentimientos más nobles del hombre.
Por inconsciente error pedagógico, el adulto atribuye al adolescente sus propias ideas, sus propios sentimientos: Nadie tan capaz como el niño de sentir la emoción religiosa humana de lo realmente grande. Antes de que "la gran profanación" comience —en forma de prejuicios religiosos y sexuales— se habituará al niño a considerar ese hecho con veneración y con verdad; así sentirá nacer, instintivamente, en esa relación de