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ser, ha ido hasta donde sólo el carácter puede llegar.

No hablaré de su inteligencia – porque ésta es don de la naturaleza que pule, adiestra y adapta la educación directa del hogar y de la escuela, y la refleja de la sociedad; – ni de la preparación que de ella surgía y facilitaron maestros de verdad y propias disposiciones.

Hablaré de su fervor y de su carácter, porque en ella fueron verdaderamente ejemplares y dignos de señalarse a la meditación de los educadores. No es constante, por desgracia, el carácter en un gremio expuesto a deprimirse y caer en la obediencia pasiva, olvidando que su misión es romper con la herencia que inmobiliza y con el ambiente que perpetúa el mandarinismo, para servir los ideales de la educación; y el fervor, indispensable al apostolado del magisterio, suele esfumarse ante convencionalismos ridículos o ante beneficios que se resuelven en satisfacciones materiales o de vanidad.

El alma máter de la acción del maestro, el fervor, era un imperativo categórico en la cerebración de Raquel Camaña. Sólo él explica porqué abandonando comodidades y regalonerías, deja patria y hogar, para buscar, ¡como Sarmiento, pues! luces y enseñanzas en las viejas y modeladoras sociedades europeas, y volver más fortalecida en el ideal encarnado en la patria naciente, amplia y generosa desde la hora de Mayo hasta la cimentación constitucional.