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de alimentar al niño, pues la leche, en esas condiciones, nutre imperfectamente, además de acentuar la herencia neuropática.

¿Hasta dónde los malos instintos tienen una base anatómica debido a la miseria orgánica? Y ¿cómo extrañar que, más adelante, esos cerebros imperfectos reaccionen, exagerada o falsamente bajo la influencia de una crisis emotiva, del sufrimiento, de la injusticia, de la impotencia, de la incapacidad de resolverse y que esas reacciones se traduzcan por el descontento individual, la abulia, los estados depresivos, el suicidio; o por el descontento colectivo cometiendo actos antisociales que para multiplicarse cuentan con el ejercicio y con la imitación? Además, esos débiles mentales son fácilmente sugestionables y la sugestión es un arma de dos filos. En manos de un educador hábil, puede sanarlos inculcándoles, por hábito, la decisión y la voluntad ponderada; pero, en manos de un degenerado, puede perderlos convirtiéndolos en instrumentos de bajezas y de crímenes.

El movimiento es otra necesidad infantil. La inmovilidad impuesta a la infancia dificulta, retrasa o altera el desarrollo general, con especial repercusión en el sistema nervioso, pues la zona frenatriz está en formación durante esa época; por lo tanto, la fuerza inhibidora es escasa en el niño cuando su necesidad de movimiento es imperiosa.

La vulgarización de la higiene integral