La naturaleza, al producir un nuevo individuo, está orientada hacia un fin superior al de la conservación de la especie. Ese fin es la ascensión, el de hacer que la criatura supere al creador.
¿Cómo conseguirlo?
La madre cumple ese deber por instinto — oiréis decir: Le basta con amar. Y el amor materno es el más grande, el más profundamente arraigado.
Verdad es, pues de él depende la conservación de la especie. Pero ¿basta con amar? El amor es una fuerza, la más potente de todas; por lo tanto la de peores consecuencias si no está bien orientada: Hay que saber amar. Y lo difícil entre lo difícil es cerrar por amor la mano por amor abierta.
A la mujer-madre, corresponde el tomar como suyos los intereses de la raza. De ahí su grandeza intrínseca.
Pero, ¿dónde y quiénes preparan a la mujer-madre? La maternidad es tema vedado en la familia, es tema vedado en la escuela, es tema vedado en sociedad.
¡Y decir que es el porvenir de la raza el que está en juego en esa ignorancia materna, en esa falta, para ambos sexos, de educación y de instrucción sexual!
La principal tarea reservada, en la actualidad, al padre y al maestro, es la de educar e instruir sexualmente a las nuevas generaciones; es la de incluir el instinto procreador, el más poderoso de