Ese capital de sensibilidad, de voluntad y de inteligencia combínase en cada uno de nosotros en forma personalísima. Cuidado nuestro es descubrir esa forma individual para perfeccionarla y acrecentarla. De ahí que el primero de nuestros deberes y quizás el único, es amarnos a nosotros mismos para que, amándonos, nos perfeccionemos y podamos recién ofrecer a los demás lo mejor de nuestro ser interno. Y la genial maestra hacíanos comprender el íntimo significado de la máxima cristiana: "Ama a tu prójimo como a tí mismo": Es decir: Amate primero a tí mismo, conócete, perfecciónate para, recién, tener el derecho de ofrecerte como don a tus semejantes.
Despertado ese amor hacia uno mismo, nacía, fuerte y sana, la confianza en las propias fuerzas. Y, si al estudiamos a nosotros mismos, notábamos que nuestra inteligencia era débil, no nos preocupábamos de ello hasta convertirlo en impotente desaliento sino que, por el contrarío, seguros de la compensación, buscábamos, en lo más profundo del ser, la fuente viva de amor o de voluntad que debería individualizarnos. — En esa veta, de sentimiento o de carácter está la vía que conduce hacia la fuente de eterna renovación, hacia la vida misma que anima a lo creado, nos decía, alentándonos en la lucha tenaz, esa mujer fuerte que nunca desmayó. Y cantaba con amor inmenso, con fe de iluminada, la felicidad de sentirse causa activa colaborando, en la renovación eterna, con la causa universal, con la