¿Cuándo la vi por primera vez?
Tratábase de inscribirme como alumna de 4.º grado. Mis padres habían dado mi educación por concluída con lo poco que aprendí en un internado bonaerense. Pero, habiendo trabado amistad íntima con una vecinita, alumna del normal, quise ser su condiscípula, para estar siempre juntas.
¡De lo poco que depende la orientación de una vida!
Llevada a inscribirme, esperamos, mi madre y yo, en el vasto vestíbulo. Aquello imponía: era imposible moverse, ni respirar, casi, en medio de tanta y tanta madre que acudía con sus hijos, — la escuela era mixta, — para lograr una vacante de inscripción.
Por turno, después de larga y ansiosa espera, pasamos, en pequeño grupo, a un salón, donde la vicerrectora — la tan buena cuan débil Miss Aooss, — nos examinaba uno por uno. Tal era su bondad, morbosa por lo débil, que vacilaba, al tener que repudiar a un candidato.
De pronto, sin haberla sentido, vi al lado la inconfundible silueta de Miss Mary, que ya me era familiar por descripciones de mi amiguita Obdulia. Y, severas, justas, concitando a la obediencia absoluta, cayeron de sus labios las primeras palabras que oí, dirigidas a un muchachón, aspirante a alumno, que, "ipso facto", recibió la lección inaugural: — "Quítese la gorra. Los hombres se descubren ante las señoras". Y, sin mirar si había sido