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Aceptada la actual necesidad de Ia guerra, natural es que, mientras tal peligro exista, cada nación deba apercibirse para la defensa, de igual modo que, aceptada la actual difusión de las enfermedades, la medicina se apercibe para combatirlas. Pero, así como a la par y más intensa y extensamente, si cabe, la higiene previene las enfermedades para que llegue un día en que la profilaxis social e individual reduzca al mínimum posible las causas de morbilidad, así también busquemos un medio preventivo de la guerra, una higiene política tan humana como la médica.

Cae de su peso lo artificial e inocuo de las medidas internacionales adoptadas. Para que la guerra y la casta militar no sean idealizadas —concretadas en el devenir ascendente de la humanidad— hay que modificar fundamentalmente el factor humano que en ella interviene.

La mujer madre y la escuela son las llamadas a tan humana empresa.

Hoy por hoy, la mujer, menos aún que el hombre, está habilitada para intervenir útilmente: Presa fácil de prejuicios religiosos, sociales y sexuales; parásito económico del hombre, no tiene derecho a vivir íntegramente su vida mientras no cumpla con su deber primordial: ser madre consciente, humana, divinamente. De ahí que no comprenda su deber de defender la integridad física, moral, volitiva e intelectual de su hijo, al que deja librado a leyes, disposiciones, costumbres e imposiciones absurdas, antihumanas, degeneradoras.