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El militarismo, mal necesario para defender las naciones, lo es aún más para sostener prejuicios religiosos y despotismos políticos. La escuela oficial, encargada de moldear al futuro ciudadano, lo hace teniendo en cuenta las necesidades actuales del Estado. Verdadero lecho de Procusto, amolda el espíritu infantil a los vicios y prejuicios de la época en lugar de libertarlo de ellos gloriosamente. Y contemplamos impasible el mal que se comete inyectando en el alma primitiva del niño dosis de odio, de amor a la lucha en la que el premio es para el más fuerte y no para el más justo, bueno o inteligente; dosis de admiración por conquistadores y saqueadores; baños de sangre, de injusticia, de crímenes colectivos cometidos al amparo del derecho de la guerra: saqueos, violación de territorios, incendios, matanzas, devastación, imposición a sangre y fuego de ideas, de nacionalidad, de creencias.

Y la sociedad acepta que el Estado imponga a sus niños esa educación guerrera que fomenta los instintos belicosos propios de la infancia. Y los maestros imparten esa enseñanza sin concebir siquiera por un instante la magnitud, del crimen contra natura perpetrado al convertir en profesión de verdugos la profesión de apóstoles. Y las madres no protestan, inconscientes de sus derechos y de sus deberes de conservar la integridad afectiva, volitiva e intelectual de esos hijos de entrañas de los cuales son tutores naturales y responsables. Y los literatos se complacen con general aplauso en exaltar en libros, en opúsculos, en