Así, hoy mismo, los inconscientes, la exaltación del artista en el momento de la creación, es atribuída por él mismo a la inspiración, a ese algo externo que se posesiona de él sin saber cómo.
El hombre, no osando atribuir a sus propias fuerzas todos los grandes momentos en que su vida traza una línea ascendente, imagina que, en determinados casos su ser pasivo influído, subyugado por una personalidad más potente, triunfa gracias a este estímulo externo.
He aquí cómo la pseudo-religiosidad deprime el concepto de "ser humano". En los momentos que el hombre marca la línea ascendente de la vida, esa religiosidad divide en dos la causa del acto, dejando para el hombre la pasividad fácil y deprimente, y para el dios personal la actividad superior y estimulante.
Toda creación de un dios antropomórfico, toda idea de intervención divina ocasional, toda desorbitación de la conciencia, centro de gravedad de la psiquis, alucinándola con apoyos externos, no es más que una alteración morbosa de la personalidad, basada en un sentimiento de miedo, de terror ante la potencia inesperada del yo: alteración llevada hasta el desdoblamiento en los casos agudos de erotismo religioso, de histerismo beatífico o de éxtasis cuasi divino.
Las creencias, ideas o conclusiones acerca de una vida individual futura, engendradas por la necesidad de gozar, son ejemplos de razonamiento ima-