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— Ahora, visitemos a la madre, — dijo selícito mi guía.

En una pieza vecina, descansaba la puérpera, una joven "hija del país", de tinte trigueño pálido, grandes y aterciopelados ojos, cabello negro y luciente, simpático conjunto.

Con cariñoso interés indagamos la historia del pequeño monstruo. Hela aquí: es la de un mal que nos aflige, que nos duele, a todos y muy de cerca. Temo no poder reflejar la inconsciente impudicia con que nos fué referida.

Sin manifestar el menor interés por la suerte del recién nacido hasta el punto de no preguntar qué nombre llevaría ni pedir verlo — sabiendo que iba a ser llevado a la "Cuna" — nos habló con voz monótona, indiferente y tranquila:

"Nací en Córdoba; hasta los ocho años corretié con mis hermanos pidiendo limosna. Cuando mi madre cayó presa, me emprestaron a una familia de Jesús María y cuando tuve quince años me conchabaron en Buenos Aires. Un día, un joven, hermano de la señora, "me tomó por zonza"... Al poco tiempo me dió el primer ataque (se trata de una epiléptica), hasta entonces yo era sana y muy fuerte. A los meses, tuve que salir del conchabo: aunque me ajustaba mucho, ya me hacían burla en la cocina porque se conocía que iba a tener un hijo. Lo tuve en el hospital y lo eché a la "Cuna". Después me tomaron como ama en una casa rica. De ahí me echaron porque me dió un ataque muy fuerte. En ninguna casa paraba. Todos me tenían miedo. Ulti-