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la voz del doctor Oro, el médico del Patio, que hacía rato observaba.

— La esperaba. He reservado un curioso ejemplar de criatura humana para que usted lo vea. Un niño que anteanoche nació en el Hospicio y que hoy será transportado a la "Cuna".

Y, pasando delante para enseñarme el camino, me condujo a través de pabellones y jardines.

— Aquí tiene el nuevo ciudadano y futuro huésped de "Las Mercedes" — dijo señalando una cuna portátil digna de recibir a una hada. Tan sólo el instinto material no satisfecho, que lleva a tantas mujeres a ser madres del dolor ajeno, pudo preparar ese nido de encajes que recibe por breves horas a los hijos de las alienadas.

Al aproximarnos, una Hermana descorrió las cortinas. Entre un marco de puntillas y batistas ví la carita, más vieja, angustiada y miserable. El pelo negro, tupidísimo, invadía la arrugada frente, bordeaba las orejas, cubría la nuca. Un tajo horizontal en cuyo fondo brillaba la luz de una mirada vivísima indica el sitio de lo que hubieran de ser ojos. A la izquierda de la boca tenía hundida la mejilla como bajo violenta presión y, correspondiendo a ese hundimiento, un bulto redondo y morado aparecía a la derecha, en el cuello oculto a medias bajo la sábana.

Nuestra presencia despertó al niño, quien comenzó a llorar dando fuertes gritos como si protestara contra la luz, esa íntrusa que denunciaba su deformidad...