ticamente, caúmada bajo el suave calor; la cieguecita parece beber luz.
Mientras, sus compañeras, las idiotas, pasan sin verla. Hay muchas chicas, monstruos, apenas humanos, algunas contrastando con una que otra carita que parece respirar vida interior; seres apáticos, deformes, raquíticos; niñas que se arrastran como babosas pegadas a la pared, cerca de otras, más felices, que caminan vacilantes sosteniéndose mutuamente. En medio del "Patio Higuera", las idiotas profundas, clavadas en la silla, eterna compañera, ni miran, ni oyen, ni viven desde que el vicio o el dolor les engendraron.
Allí, cerca de la reja, de pie, las piernas abiertas, los brazos en jarras, meciendo el cuerpo en lento movimiento pendular, Dominga canturrea un extraño y eterno estribillo, junto a esa imbécil, que mira hacia ella, aunque no la ve, mientras chilla y gesticula como una poseída hincada sobre un banco ante Clodomira, la de los ojos bestiales, "la babosa", como la llaman en el Patio.
De allá lejos, del fondo del Patio, se acerca, como infernal teoría, una doble hilera de pobres miserables seres. Siguen a Valeria, a la ciega, jorobada y raquítica pero no idiota; siguen a Valeria porque canta. Al acercarse su voz suave y llena de sentimiento, deja oir... "con flores a María, que madre nuestra es"... ¡Madre de ellas la pura y bella!
Cuando el canto se perdió a lo lejos, hacia el jardín, donde la Hermana Josefa lleva a sus hijitas, oí