deseo de solucioner sl problema. El lenguaje peculiar del alumno será juzgado también. Imposible servirse de frases hechas; inútil pedir socorro a la memoria verbal.
Así la materia, objeto de examen, es un instrumento, es un medio para llegar al fin propuesto. Comprobar el nivel intelectual alcanzado, medir fuerzas, encauzar aptitudes.
Además, tal examen es medio eficacísimo de educar para la vida sirviéndose de ella misma. ¿No se nos presentará a cada paso problemas que solucionar, dificultades que vencer? ¿No depende muchas veces de un rápido y seguro golpe de vista al darnos cuenta de los peligros de una situación, al percibir las líneas generales que permiten orientarse, el concentrar hábilmente todas lss energías, el intuir así una solución satisfactorias? ¿Y no se duplican las fuerzas ante la dificultad superada? Al vencido en repetidas pruebas, restan los dos caminos: Apercibirse mejor para la lucha o renunciar a ella en ese terreno y dedicar las actividades a algo más de acuerdo con las aptitudes.
Pero queda un interrogante en pie: ¿El examen debe ser escrito u oral?
Adoptada la forma práctica del examen-problema, desaparecen todos los inconvenientes que hacían del examen escrito un fraude. No más memoria mecánica, no más apuntes copiados, no más tema dictado por el compañero.
Dando el tiempo razonablemente necesario, puede dejarse la clase sin vigilancia y entregar a cada