La creación de realidades sociales es el anal único de toda obra educativa: La escuela debe moldear una nueva generación orientándola no sólo a la contemplación y satisfacción interna, en abstracto, de la justicia, de la verdad, de la bondad, de la belleza, sino a la acción fecunda que se traduzca en sentimiento hondo, intenso, sagrado de la vida, tanto más expansiva, tanto más universal cuanto más profunda, cuanto más humanamente individual sea.
Observando la marcha ascendente del hombre en su conquista de la felicidad, llama poderosamente la atención el ritmo oscilante que la anima: Acción y reacción, progreso y decaimiento, culminación y desagregamiento en vaivén continuo tejen y destejen la trama del progreso. Y a pesar de ello avanza el hombre. Cabe preguntar: ¿Qué fuerza lo empuja? ¿Será posible hallar una que lo conduzca sin desfallecimientos hacia un progreso indefinido, perdurable, cuya duración será medida por la duración de la especie humana y su culminación alcanzada con el advenimiento de una humanidad moralmente superior?