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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

para que cada uno tomase lo que sabia mejor a su gusto.

Las papas faltaban, porque, como se importaban de Francia... ¡quien lo creyera!... en canastos, y no siempre caian a tiempo para el Santo de todos.

Pero no faltaba el zapallo que suplia perfectamente, y no pocos lo preferian, por su sabor exquisito, teniendo, por otra parte, para las del bello sexo un mérito especial, pues decian que hacia engordar, y redondear las pantorrillas. Que digan mis lectoras si no era justificada la preferencia.

Todo esto, con salsa de tomates que acompaña al puchero como el Violin al Piano, aguzando el apetito, y uno era capaz de comerse todo lo de la fuente, sino se esperaran los guises, entre éstos, el estofado con pasitas de uva, el quibebe o la clasica y sabrosa carbonada. Como los pastelones en fuente, con el recado de pichones o pollos, pues si bien la cocinera era eximia para los pastelitos fritos, no lo era para los de fuente, que como generalmente no habia horno en la casa, se mandaban a la panaderia vecina, de donde, o venian quemados o frios... pero la concurrencia aseguraba, a pie juntillo, que todo estaba muy rico, y que la masa era muy tierna, aunque realmente fuera mas dura que una suela salteña.

¿Y digame si no es lindo esto contrapuesto a la exigencia que hoy es tan insoportable en la fastuosa civilización presente?

Tampoco faltaban las humitas en chala, o el célebre pastel de choclo, de que es decidido partidario el autor de estas lineas, las humitas que se servian como platos de verdura o de entremés, para esperar la aparición del Pavo, que habia sido engordado en el espacioso corral de la casa que ge-