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SANTIAGO CALZADILLA

vals y de la mazurka; y comienza la charla, pasando una noche de francas alegrias inolvidables.

El público clasico también goza, y sobre todo, las mamás que se extasían viendo a sus retoños de un tiempo que fué lucir las gracias y la belleza que ellas les dieron al nacer.

¡El hogar argentino estaba vacio!

¡Las niñas no tenian visitas!

¡El registro civil no publica nombres conocidos y la familia se acorta!

¡La juventud viril anda huyendo de la quema! Pasea en caballos rusos que el papa les obsequió. Y las carreras, los clubs de esgrima y otras hierbas los atraen, los aprisionan y los ocultan.

Esto no debe seguir asi, y sin querer ser el diablo predicador, estoy haciendo una catedra de procedimientos salvadores...

Esperemos la reacción; y las reacciones son benéficas cuando se vuelven los ojos al hogar de la familia, en donde la amistad campea, y los devaneos de una pasión correspondida los aguarda.

Vamos, pues, adelante aprovechando de la lección inesperada que nos ofrecen las reuniones, inauguradas bajo tan buenos auspicios.

Ahora, para terminar:

Si yo fuera a decir quién o quiénes fueron las que se llevaron la palma de la victoria, seria ponerse a mal con muchas, y quizas ni las gracias de las otras.

Y como sobre gustos no hay nada escrito, juzgando por mis impresiones me daria a mi mismo un soberano chasco.

Yo soy como muchos otros: de la última que ven. ¡¡Cada uno es como Dios lo hizo!! — Au revoir.


S. CALZADILLA.

Las Conchas, Enero de 1891.