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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

Entonces le llamé a usted don Silva. ¿Era elogio? No; era 10 menos que se podía tributar a un corazón de 50 años (oro, como nos dijo aquel diplomático en la mesa de nuestro amigo T.) al que las pasiones estremecen con las palpitaciones de las primeras auroras de la vida.

Vamos al terreno... ¿Quién es Fausto? Un corazón joven que siente la necesidad de perpetuar esta juventud por el amor... ¿Cree usted en la lozanía juvenil del viejo Newton? Yo también. El joven que no crea, que prepare su inteligencia y su corazón para hacer lo que hizo el viejo aquél.

Renán ha puesto en relieve en su doctor Préspero un hecho humano, que se niega por habitud inconsciente, es a saber: el amor no mide el tiempo de los corazones grandes en que se anida; que el céfiro tampoco escoge las flores para dejar sus besos al pasar, aun en el cáliz de las ya marchitas. El amor no ha menester de fe de bautismo. porque no tiene edad, como no tiene color el pampero que embalsama nuestros campos.

¿No ve usted al sublime viejo Whitman cómo describe en bellísimas estrofas el incesante canto de amor que resuena en la creación; y como su corazón lozano so enardece ante los estímulos magnéticos de ese beso colosal de la naturaleza, hasta el punto de estremecerse cuando las hierbas pliegan los nervios a su paso, y de pedir a las aguas que-10 penetren de sus humedades amorosas?...

¡Don Silva!... Ciertos detalles absurdos de la trama de Hernani desaparecen para mí en presencia de la figura majestuosa de ese viejo que tiene los impulsos y los sentimientos de un joven.

El melancólico caer de la tarde de la vida encuentra digna compensación en el corazón grande y lozano de don Silva... Es cuando entre un deliquio supremo, piensa en que una virgen hará flo-