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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

POR

SANTIAGO CALZADILLA



I


Mi distinguido amigo:

No me ha sorprendido en modo alguno el manuscrito que usted se ha dignado remitirme. Lo que me ha sorprendido es que, al referirse a usted mismo, hable siempre en tiempo pasado, respecto de ciertos motivos que, en mi sentir, le son coetáneos.

Parece que usted quisiera despojarse de lo más caro para un hombre de su temple. Y tengo para mí que pocas veces habla en usted esa timidez a la que las pasiones no tocan sin que el rubor se levante, como le sucedía a Virgilio y a aquel apuesto amigo de Lucilo de quien Séneca decia: adeo illi ex alto suffusus est rubor.

Me permito creer que hay en ello algo de romanticismo convencional. ¿Recuerda usted cómo traducía yo sus impresiones respecto de aquella bellísima limeña cuyos ojos debían iluminar las noches que pasásemos en la cordillera?