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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

lanes, la candidez de las señoritas, o la estolidez de las madres, que no ven lo que pasa; pues no quiero suponer que esto sea por el deseo de librarse de la niña, que así la abandonan a su juventud, a su inocencia y malos procederes, faltando a los respetos de una sociedad noble y distinguida como la nuestra...!

¡Cómo llaman la atención de los extranjeros cultos de otras secciones americanas, estos hechos tan ajenos a los buenos hábitos de toda sociedad que se respeta, vinculando a los hombres con los deberes!

"Haced respetar a la mujer, y seréis felices, "ha dicho Aimé Martin en su precioso libro — La Educación de las Madres de Familia. Entonces, allá, en esos tiempos, en que los de éstos nos creían atrasados por no usar esta refinada educación del presente, en que no habían temporadas, ninguna joven planchaba, ni quedaba alguna sin casarse, escepto una que otra que por elegir demasiado (así como todos oyen), o por sus instintos, o por miedo a los hombres, o inclinaciones al celibato, no querían entregarse a ellos... pero jamás porque les hubiera faltado un calificado pretendiente con quien hacerlo.

¡Pero hoy, qué cambio!

Los enlaces son casi en su mayoría con herederas de fortuna, y en general por pretendientes advenedizos, sin discusión de méritos ni beneficio de inventario.

Yo aconsejaría a los padres que en lugar de enseñarles hasta alemán y otras exterioridades, cuanto por lo que gastan en adornos fútiles y carruajes lujosísimos, fuesen acumulándolos en una alcancía bien segura, que al moverla metiera mucho ruido, y así con supresión de temporadas y con una regular dote vendrían los novios como los ratones al queso, o los pollos al maiz pisado...