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SANTIAGO CALZADILLA

Pero al impedimento, vino la corte romana, que le sacó al inglés unos buenos pesos para misas; y lo dispensó de irse al infierno, abriéndole las puertas del cielo, concediéndole la mano de la brillante porteña que recibió por partida doble también, al inglés y a los pesos, regalándole él una manzana de casas, esquina, de Florida y Cuyo, al norte, y de Cangallo y San Martín, al sud —a los cuatro vientos del cuadrante. La prenda merecía esto y mucho más. ¡Qué ejemplo para nuestra actual generación, en que tan cambiados están los roles!

Este enlace fué suntuoso, y fueron el fruto de unión tan deseada el literato don Juan Tompson, que obtuvo un puesto distinguido en las letras y en la academia española, y varias hermanas que figuraron como matronas en la culta sociedad de aquellos tiempos.

Pero sigamos con mis ingleses, que no los suelto a dos tirones, por ser bocado sabroso que me va a dar abundante tela para mi obra empezada.

Como esos que he nombrado andaban alborotados, según la expresión de mi querida amiga doña Brígida Castellanos, a la vista de tanta linda criolla de ojos y cabellos negros como en noches tempestuosas, les referiré como, en agradecimiento a las muchas atenciones recibidas, dieron un gran baile, poniéndose a la cabeza Mr. Robertson para corresponder así a los obsequios y agasajos de la sociedad a que pretendían incorporarse.

Tomaron para el efecto el patio que entonces llamaban de las Rancherías, donde hoy está el Museo, frente a la plazoleta del mercado viejo, que formaba parte del colegio de los jesuítas; y preparándolo regiamente con todo lo confortable del hogar inglés, dieron la fiesta, que fué de tanto lujo y tuvo tal resonancia, que repercutió en Londres, y hasta el Times dió cuenta de ella, cuya re-