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SANTIAGO CALZADILLA

Con que de mi existencia dividí
Tus hombres, tus sucesos y tus días."

Pero volvamos a los ingleses que me van a dar un buen contingente a estas observaciones, como deben suponerlo, pues vinieron con mucho dinero siguiendo al primer empréstito de 4 millones de pesos, que nos hizo Inglaterra con la mira (porque por lo sabido se calla), de acapararse el comercio de la España de la que nos emancipábamos.

Mr. Woodbine Parish, el ministro inglés, que hizo el tratado de comercio con la cláusula aquella de ¡¡la nación más favorecida!! y que (qué diablo fué el inglés) nos reconocieron como nación independiente de los reyes de España, tuvo aquí un hijo, Franc, que casó con una linda mestiza de las de Miller y Balbastro—porteño que hoy se hace (como todos estos infieles a su patria), súbdito de la reina Victoria, en vez de hombre libre de una sección americana que alumbra el sol esplendente de la libertad. (¡Según los poetas!)

Pero estos diablos de ingleses que se enamoraron de las criollas, sufrieron por partida doble (que traían ya en sus libros de negocios) las penas de San Clemente.

En primer lugar, porque todas las muchachas tenían ya novios del país a la vista, y no como ahora que con la, crisis, ni a la vista tienen uno; y ellos, los ingleses que venían con el riñón bien cubierto, figura gráfica, invención de Mariano Billinghurst, que quiere decir que venían con mucha miñoca, tenían, igualmente, el inconveniente de que ni jota entendían de lo que les decían. Pero como el amor es tan socorrido y tiene tantas arterías, al fin llegaron a entenderse con ellas; no con las mamás que los tenían por herejes, que se