¿Y las tertulias de aquel tiempo? Pero esto sí que era agradable, sin más obsequio que un rico vaso de agua fresca del aljibe, con panal; el mate, la alegría y el bienestar, para las autoridades que campaban por sus respetos; y si se oía hablar de que alguien se había suicidado, era allá por la muerte de un obispo, y nadie moría enfermo del corazón, como ahora, ni de la bala de un rémington. Pero volvamos a mi cuento. Yo no tuve hermanos, y la autora de mis días, que en sus maternales sentimientos no se conformaba con no haber tenido una hija, viendo la inocencia de mis juegos y de mis procederes, me solia vestir de mujer a los 13 años, y aun me acuerdo como si fuera ahora del contento con que salía a la calle a lucir un vestido claro, y un sombrero blanco de paja de Italia adornado con una pluma colorada que decían me sentaba muy bien.
Me enseñaron a leer en escuela de mujeres, o cuando más en algunas de ambos sexos, que frecuenté hasta grandazo como era, y aprovechando de mi traje, estuve cerca de un mes en la escuela de las de Ituño, y en la de la señora Cabezón, en donde me comenzaron a enseñar a bordar, pues llevaba el bastidor junto con los libros; hasta que las maestras maliciaron, y mi madre declaró que nada tenía de extraño este traje, vista la inocencia de mis gustos y de mis propensiones, pues mis juegos eran siempre con las niñitas más chicas y con las muñecas, de que teníamos reunidas una gran colección que conservé por mucho tiempo hasta que ¡desperté!...
Después ¡quantum mutantur ab illo! Pero para terminar este capítulo contaré una historia de aquel tiempo para aquellos que les sigue haciendo cosquillas la idea de anteponer el de, a su apellido, sin tener una propiedad o edificio a que arrimarlo.