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SANTIAGO CALZADILLA

ja Agustina, notable belleza de aquel tiempo, fué también una de las más elegantes amazonas que jineteaba en briosos y asustadizos caballos criollos de la pampa; siempre acompañada de los dos buenos amigos, su señor padre y el mío, don Santiago Calzadilla. En fin, esta relación sería interminable, pues como he dicho ya, aquí estaban la flor y nata de aquellas familias aristocráticas que todas se conocían, sin que ninguna, ni aun teniéndolo, se pusieran el "de" del título nobiliario con que hoy quieren aparecer disfrazados "ilustres desconocidos", como dice Mansilla.

Pero, cómo dejar en el olvido el bazar de Infiestas, donde se vendieron los primeros fósforos de cera, que como una novedad vinieron a meter barullo en aquellos tiempos; y el célebre baratillo de Cagan Dando y una fábrica de cristales que lapidaba, vasos, en ese edificio de las Temporalidades, esquina de Perú y Alsina, que también fué asiento de la filarmónica!

¡Y las confiterías!

Pero hasta las casas donde se elaboraban las más ricas masitas (en el puente de Las Beatitas), que se llevaron el secreto de la receta con gran desesperación de Manuel Tobal. Las tortas apetitosas, y los célebres pastelitos de hojaldre finísima de los Granados, que no se necesitaba el olfato de Caliba, el célebre rastreador, para dar con la alacena que los guardaba.

De esto, y muchos más encantos positivos de una existencia tranquila y honorable, se gozaba por aqui en los barrios del sud.

¡No había bancos, esta carcoma que nos ha liquidado a todos! Ni menos Banco Hipotecario!! ni de descuentos!! en que muchos no han descentado sus figuras, de miedo de que los secuestraran y no pudieran seguir descontando más.