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SANTIAGO CALZADILLA

de este accidente, era otra; habia perdido la razón, que jamás le volvió, aunque por largos años se deslizaron sus dias en una mansa, demencia.

Asi la he visto por mucho tiempo después. Recuerdo siempre con horror aquel acontecimiento con la viveza de quien lo presenciara, tan profunda fué la impresión que de él recibi entonces.

Hubo de llegarme el turno, pues amenazado porque llevaba la barba entera, que apenas asomaba, fui perseguido por los seides de la mazorca, a tal punto, que ahora mismo no me doy cuenta de como me les escapé. Pero inmediatamente mis padres me embarcaron en un buque de vela brasilero.

¡Héteme por la primera vez, alejado del hogar paterno, de Buenos Aires, y por fin de mi patria misma, para hacerme hombre y conducirme por mi propio criterio!

¡Y heme aqui consagrado Unitario! por acción y gracia de mi barba naciente, a la cual se le antojó asomar a mis mejillas sin previa consulta y sin dársele un comino de lo que pensara y dijera don Juan Manuel, que, sin embargo, no era lampiño.

Salimos de la rada, y a los dos dias amanecimos en las playas orientales, con o sin mareo, no lo recuerdo, pero a la vista de Montevideo y de las lindas torres de su Matriz, las que se ven desde tan lejos. Al tercer dia desembarcaba donde me esperaban mis tios e imperaba la libertad, y donde también se gozaba de garantias individuales, que entonan el espiritu y dan vigor al hombre. ¡Qué reverso de medalla!...

Rio de por medio — la libertad más amplia, al calor del sol de oriente!!!

¡Al occidente, el reinado de la más estúpida tirania!

Era preciso haber pasado un tiempo en Buenos Aires, viviendo como los reos en capilla, sin saber