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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

parse ni poco ni mucho de las formas, y menos afin de saber de qué pie cojeaba el vecino. Habia verdadera nobleza y sinceridad en el proceder social.

Era pues, la misa de una, especialmente concurrida por las familias paquetas y currutacas, que, sin previo acuerdo y solo por, un convenio tacito del habito, se daban cita para lucir sus tocados e ingénita elegancia, a1 mismo tiempo que cumplian con sus deberes religiosos, sobre lo cual habiase conservado el celo.

Aún no habia hecho su aparición ese conjunto de lociones, de polvos, ahuecadores, cosméticos, etcétera, etc., de la toilette francesa; y la gracia y elegancia genuinas de la criolla, resaltaban con todo donaire, sin deber un ápice a todas esos incentivos por el arte para... desnaturalizar y neutralizar sus naturales encantos. Asi, eran objeto de burla y de mofa las que se coloreaban el rostro. Ahora, ¡cuantun mutantur ad iNO!...

Palermo no existia aún, y, el andar en coche carecia de atractivo; no habia parque, no habia calles pavimentadas, y las pocas que habia empedradas éranlo tan mal, con piedra de Martin Garcia tan desigual y brutalmente quebrada, como que dan muchas todavia, que nadie queria aventurarse en coche por ellas. Asi los que tenían carruaje, lo sostenian mas bien por necesidad que por lujo. Y, sin embargo, y bien que no lo usaran con mucha frecuencia, porque ni las distancias lo hacian indispensable, el tener coche a la puerta era la aspiración de la aristocracia, de la antigua nobleza española, como signo de fortuna y distintivo de alta entidad social y de positivo bienestar.

Hoy, ¡quién lo hubiera dicho, entonces! Todo el mundo goza de este lujo, merced a la invención yanqui de los tranvias, a tal punto, que los mas