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SANTIAGO CALZADILLA

entre las callosidades del remo o del trapecio. Hay gentes que creen de buena fe que sus hijas no se desarrollarán convenientemente sino mediante los ejercicios propios del hombre. Siguiendo la escala, hay que deducir que el ideal paternal se logrará cuando sus señoritas alcancen el desenvolvimiento muscular del señor Raffetto (a) 40 onzas! Atroz, atroz, atroz.”

IV

Dedica usted algunos capítulos a las series de contrastes que ofrece nuestra sociedad en vías de transformación, por la acción de las diferentes razas que en ella se van fundiendo.

Y en el parangón que usted hace de hogaño y antaño, su imaginación abarca todo un estudio social cuyos motivos salientes se prestarían a reflexiones un tanto pesimistas, si ellos no proviniesen indistintamente de todas las sociedades. No son males nuestros: son males del siglo que, por fortuna, terminara en breve.

Usted es cartilla abierta, y se hace leer con avidez cuando, para resumir, se detiene en el bien que determina para el hombre la influencia que sobre él ejercita la mujer. A la luz de la sana filosofía hace usted resaltar el contraste que, en general, ofrecen los hombres en sociedad, prosternándose ante otro hombre, sobrellevando sin sonrojos el predominio completo o la tiranía vergonzante, pero resistiendo entretanto la influencia benéfica de una mujer.

“No es sino después de una lucha entre la dulzura y la obcecación, que ceden a esa influencia, dice usted, dando con ello, quizás, la mejor prueba de sentido común. Asimismo pretenden todavía en-