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LAS BELDADES DE MI TIEMPO

ahora si que, de veras, doblo la hoja; porque esta cuestión de la fealdad no entraba en el plan de mi obra. Volvamos, pues a "mis beldades" de las cuales me he alejado demasiado con esta disertación sobre los feos.

Al despedirme de mis aristocraticos barrios del sur, con este capitulo, agregaré aqui, como apéndice, algunos datos comerci-sociales que sirvan de comparación con lo de esta época; son siempre recuerdos sobre aquellos tiempos sin crisis y sin oro a 400... y si habia crisis y el oro tomaba esas alturas... nadie lo sentia ni lo sabia; al menos los Elorriaga, los Lopez Seco, los Rabagos, cuyas bien surtidas y hermosas tiendas ostentaban lo que de rico en sederias y toda clase de géneros se introducia entonces, jamas hablaron de crisis ni de la suba y baja del oro; pedian su precio y nada mas, no como ahora que ni la cocinera al pedir el precio de la verdura y de las papas, se escapa de que el puestero le cante la salmodia de... ¡el oro sube! y todo para cohonestar el robo del aumento arbitrario del precio.

Aquellos honrados y conocidos comerciantes que vendian barato sus mercaderias, tenian en sus trastiendas tertulia permanente de caballeros. Era la reunion obligada de los amigos, especie de club que todavia no los habia, donde iban a charlar. El mas asiduo era don Anacleto Gonzalez, que jamas faltaba cabalgando en su rocinante moro.

Este caballero, herinano de misia Domitila que casó... diablo!... con el señor Cazón! primaba por una cualidad de estómago que lo hizo célebre; era un gran comilón al cual podian aplicarsele, sin que perdiera un apice la comparación, las siguientes estrofas:

O voracidad inmensa,
Nadie lo que comes sabo,