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SANTIAGO CALZADILLA

Pero este asunto es por demas escabroso, para mi, al menos. Confesando con mi ingenuidad habitual que me arredra, y ya que mi contemporanea de 48 a oro, ha cerrado el pico, sin contestar a esta insinuación... doblemos la hoja repitiendo con unción aquellas inolvidables palabras de Jesucristo en la oración del Huerto: trcmscat a me calia; iste. Adelante, pues, con cristiana resignación.

¡De veras! Hay cosas que parecen faciles de decir o hacer, pero que en la práctica tienen pelosa como vulgarmente se dice. La prueba tengo yo en un gaucho que oyó tocar a Cordero la guitarra en una fiesta de San Fernando.

Cordero tocaba este instrumento con tal maestria que lo hacia hablar, por la destreza y facilidad de su ejecución, que parecia no costarle trabajo alguno el arrancarle arpegios y melodias sonoras con las que electrizaba a su auditorio.

El paisano que lo habia escuchado atentamente, exclamó al fin:

— Me parece, patrón, que para tocar la guitarra no se necesita cancia.

— ¿Y qué se necesita, animal?— le preguntaron.

Fuerza y resolvencia, patrón,— contestó él.

Pero cuando cogió la guitarra que jamas faltaba, en las pulperias de aquella época, se convenció que era mucho mas dificil de lo que él creia...

Asi me iba a suceder a mi a1 tratar de la cuestión de las feas... que el diablo me andaba tentando abordar, y que como al malo no hay mas que haeerle la cruz como en el Fausto para que se vaya... imitémosle y vamos a otra cosa.

¿Y los hombres feos?

¿Porqué no he hablado de los hombres feos, cuándo siempre he estado dando en el clavo con las feas?

Claro está, porque con los hombres se quiebra