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SANTIAGO CALZADILLA

sona, que no pudo menos que preguntar al sujeto con quien se encontraba, ambos tomando tomate:

— ¿Quién es este hombre de conjunto tan desagradable?

— ¿No lo conoce usted?

— No señor; y me parece que no es para conocido de nadie... qué tipo!

— Este es don Francisco de Alzaga, que vive en aquella casita solitaria por donde pasamos ayer y salia a ladrarnos una jauria de perros...

— ¡Ah, ya recuerdo! y me pareció muy natural y prudente que los moradores de vivienda tan lejana, tan apartada de la población, se rodearon de tan numerosa y formidable perrada.

- ¿Conoce usted su historia?

— Si señor, hasta su desaparición de Buenos Aires, y no sé por qué suponia que habia fallecido.

Entonces el le refirió como habia vivido hasta medio haberse rehabilitado con su conducta y la profesión que ejerció, pero, agrego, es desgraciado con sus bijos, uno de ellos está actualmente en la cárcel por un homicidio...

Mi amigo, al referirme esta anécdota, hacia reflexiones sobre el percance con el general Paz. ¡Quién sabe si Alzaga no buscaba una muerte gloriosa! ¿Quién sabe si no se hubiera convertido en un héroe?... pero como lo que se ignora no se sabe, todo queda para las conjeturas.

Esta hombre fué doblemente castigado con conservarle la vida.

Es este uno de los muchos sucesos que me han deeidido a inscribir mi nombre entre los partidarios de la abolición de la pena de muerte. La vida que ha llevado este hombre y los sufrimientos que ha probado, han contribuido mil veces más a la moral que la fusilación de sus cómplices Marced y Arriaga.