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SANTIAGO CALZADILLA

mayor edad, en donde se hallaba la puerta de la Escuela en que nos enseñaron el a, b, c, y aprendimos las plegarias con que nuestras madres han implorado a1 cielo en sus aflicciones por nosotros. Hablemos aún de algunas otras cosas que se me quedaban rezagadas (no olvidadas), en el baturrillo de mis viejas alforjas.

Sin embargo de las grandes transformaciones que se han operado en la capital, aun quedan muchas casas en aquel barrio con extensos patios y grandes habitaciones, comodas y ventiladas, a diferencia de esas piramidales construcciones de la actualidad, en el espacio de una pañueleta, todo a la Europea (que para eso van alli nuestros viajeros), con un sinnúmero de cuartos y covachuelas en abierta pugna con el confort y con la higiene; con el exclusivo y único objeto de aprovechar el terreno, poniendo la cocina en los sótanos (como en Londres), sin pensar que alli hay ocho meses del año de crudo invierno, y aqui, (entre nosotros) al contrario los mismos ocho meses de calor con un sol americano esplendente, razón por la que es un contrasentido tan servil imitación, mucho mas cuando en Europa estan ya colocando las cocinas en el último piso, como una innovación higiénica.

Estas cocinas subterréneas, de donde sale una humareda culinaria que penetra al salon de recibo, y que no huele a rosas, como decia Lord Byron de ciertas cosas, sino a sancocho concentrado de guisote, cuyas emanaciones se escapan de esta clase de subterréneos, que llamaremos jaulas, en que todo es frente y poco fondo, como le dijo en Chile al conocido don Ambrosio Montt, uno que queria elogiarlo.

Pues bien, en la calle Santo Domingo, hoy de Venezuela, todavia vemos la casa paternal de la familia de Andrade, que la posee desde el año de