Terminada esta reseña, vuelvo a mi crónica sobre las tertulias. No sé si lo he dicho ya, que éstas se repetian al infinito, facilitadas por la sencillez, por el ningún aparato en los salones ni los
tocados; pues no se daban para lucir trapos, sino para gozar del trato en el intercambio de ideas
con tan bellas y distinguidas señoras.
Ricas y raras telas tenian las damas, pero si esto daba realce a fiestas, no era, a buen seguro el lucirlas, su objeto primordial, sino deseo cultisimo de contribuir cada una por su parte al resultado de la tertulia, a la, cual concurrian individualmente con sus méritos, —no los del vestido, considerado como un accesorio y nada mas.
Asi daban principio a las nueve o nueve y media, para terminar lo mas tarde a la una o una y media.
Asi también corrian estas tres horas de verdadera alegria, retirandose todo el mundo a descansar para asistir a la tertulia de la siguiente noche en que debia tener lugar otra igual, o cosa parecida, en la casa de algún pariente o amiga... ¡Quién habia de faltar!
Comparemos con lo que sucede al presente, en que el buen sentido anda dandose de traspiés...