Las mismas señoras de Colina y las de Barquin, muy renombradas familias de la antigua nobleza, tenian reuniones diarias (no recibos cada ocho dias), en las que no faltaban ni el buen tono, ni la franca alegria. Alzaga, Marced y el joven Arriaga, especie de triunvirato social, que antes del luctuoso suceso, pertenecian a la mas escogida sociedad, cuando de mañana pasaban por la puerta, Alzaga les decia:
"Las Colinas son de alzúcar
"Las Barquines de almidon...
"Las tengo en el corazón".
Pocos años después la fatalidad cubrió con su negro mauto a estos tres nombres.
Un dia, nuestro inolvidable maestro de la escuela del barrio del Colegio, don Rufino Sanchez, llevó los niños (y al mismo tiempo hizo distribuir en la plaza una sentida invocación), de sus clases, a presenciar en corporación una ejecución capital que tuvo lugar en la plaza de la Victoria, delante de la Casa de Justicia (antes que un rayo que cayó en la torre borrara las tres letras Jus, dejando solo ticia) que en doradas letras tenia incrustada la fecha de su construcción, el año 1711; y que el pico destructor del obrero, en esta mania de renovar todo lo viejo... le cayeron encima, (¡pero al pobre de mi, no lo renuevan nunca!...) la echaron al suelo con la célebre campana de las horas, que en 1810 sonó llamando a las armas a los patriotas para la revolución de la independencia y de la libertad.
¿Qué es de esta célebre reliquia? ¿Dónde esta, pues? Y, ¿por qué no la vemos en el museo?
¿Cómo ha de despertarse en los argentinos el amor a la patria, si desaparecen hasta los signos
materiales de sus gloriosos antecedentes? [1]
- ↑ Después he sabido por un amigo que esta campana es la mismo que sigue marcando nuestras horas colocada actualmente con el reloj en la torre de San Ignacio.