tándose por completo la admiración del mundo porteño que tuvo la felicidad de oirlo.
Ahora, para, satisfacción del amor propio nacional representado por las hermosas mujeres que lo aplaudian en las revelaciones de su saber y de su arte, diré a mis lectoras, también, que Thalberg apareció en Buenos Aires a principios de Octubre del año (de que no quiero acordarme), y encantado por las atenciones de la sociedad, como por la bondad del clima que tanto elogiaba, y quizas par el irresistible atractivo de tantas beldades, se quedó hasta fines de Febrero del año siguiente... ¡Cinco meses de residencia entre nosotrcs, en vez de un mes! lo cual era una concesión excesivamente lisonjera para el pais.
Agregaré aqui, que se quedó con razón, pues la Cazuela de ese teatrito, esta, invención porteña, muy cómoda y de fácil acceso para las familias, fué un jardin de flores vivientes de señoritas de las mas lindas; y prestigiosas de la época, (de 20 años después), y de la aristocracia que lucia sus galas antes que nuestra naciente bourgcoisie nos invadiera. Entre las que llevaban la voz era la prestigiosa Carolina Senillosa, que con sus compañeras inventaron la lluvia de flares deshojadas, que pronto parodiaron para las artistas de Colón, con la cual festejaban, al final de la noche, al noble y aristocrático pianista en admiracién a su inmenso talento.
¡Pues bien!... (y allá voy, como decia Rufino Elizaide cuando se salia de la cuestión, como me he lanzado yo ahora, 20 años, a mis viejos cuentos). Todo eso que he dicho del pianista fué paja molida ante el poderio de Espinosa para una señora (bien gorda, por cierto) que salia del concierto, cadenciando, acompañada de sus hijas, que llenas de noble entusiasmo, por la ejecución tran-