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Cañas y barro

estos dos seres parecían engrandecer á su hijo, poniéndolo á su nivel. Era un padre, un igual suyo. Por primera vez se dió cuenta de que Tono ya no era el muchacho que guisaba la cena en otros tiempos, bajando la cabeza aterrado ante una de sus miradas. Y temblando de rabia al no poder pegarle como cuando cometía una torpeza en la barca, exhaló su protesta entre bufidos. Estaba bien: cada cual á lo suyo; el uno al lago y el otro á aplastar terrones. Vivirían juntos, ya que no había otro remedio. Sus años no le permitían dormir en medio del lago, pues arrastraba una vejez de reumático; pero, aparte de eso, como si no se conocieran. ¡Ay, si levantase la cabeza el primitivo Paloma, el barquero de Suchet, y viese la deshonra de la familia!...

El primer año fué de incesantes tormentos para el viejo. Al entrar por la noche en la barraca encontraba instrumentos de labranza al lado de los aparatos de pesca. Un día tropezó con un arado que Tono había traído de tierra firme para recomponerlo durante la velada, y le produjo el mismo efecto que un dragón monstruoso tendido en medio de la barraca. Todas estas láminas de acero le causaban frío y rabia. Le bastaba ver una hoz caída á unos cuantos pasos de sus redes, para que al momento creyese que la corva hoja iba á marchar por sí sola á cortarle los aparejos, y reñía á su nuera por descuidada, ordenando á gritos que arrojase lejos, muy lejos, aquellas herramientas de... labrador. Por todas partes objetos que le recordaban el cultivo de la tierra. ¡Y esto en la barraca de los Palomas, donde no se había conocido más acero que el de las facas para abrir el