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Cañas y barro

y pasaban rápidamente ante ella las colinas areniscas, con las chozas de los guardas en su cumbre; las espesas cortinas de matorrales; los grupos de pinos retorcidos, de formas terroríficas, como manojos de miembros torturados. Los viajeros, enardecidos por la velocidad, excitados por el peligro que ofrecía la embarcación arrastrando una de sus bordas á ras del lago, saludaban á gritos á las otras barcas que pasaban á lo lejos y extendían su mano para recibir el choque de las ondas conmovidas por la rápida marcha. En torno del timón arremolinábase el agua. Á corta distancia flotaban dos capuzones, pájaros obscuros que se sumergían y volvían á sacar la cabeza tras larga inmersión, distrayendo á los pasajeros con estas evoluciones de su pesca. Más allá, en las matas, en las grandes islas de cañares acuáticos, las fúlicas y los collvèrts levantaban el vuelo al aproximarse la barca, lentamente, como si adivinasen que aquella gente era de paz. Algunos se coloreaban de emoción viéndolos... ¡Qué magnífico escopetazo! ¿Por qué habían de prohibir los hombres que cada cual cazase sin permiso, como mejor le pareciera? Y mientras se indignaban los belicosos, sonaba en el fondo de la barca el quejido del enfermo y Cañamèl suspiraba como un niño, herido por los rayos del sol poniente que se deslizaban bajo su sombrilla.

El bosque parecía alejarse hacia el mar, dejando entre él y la Albufera una extensa llanura baja, cubierta de vegetación bravía, rasgada á trechos por la tersa lámina de pequeñas lagunas.

Era el llano de Sancha. Un rebaño de cabras guardado por un muchacho pastaba entre las ma-