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primera, y Tadeo, que formaba parte, concibió tal despecho, que me juró, ya de vuelta, vengarse de Bug-Jargal...—

Una lágrima brotó de los párpados de D’Auverney; cruzó los brazos y pareció durante algunos minutos como arrobado en dolorosa distracción; mas al fin prosiguió así.

XXI

—Llegó luego la noticia de que Bug-Jargal había salido de Morne-Rouge, dirigiéndose con sus tropas camino de la sierra para reunirse con Biassou. El gobernador se colmó de gozo, y decía, restregándose las manos:

—¡Los cogimos!

Al siguiente día, el ejército colonial había avanzado una legua, y los insurgentes, abandonando a nuestra aproximación Port-Margot y el castillo de Galifet, donde habían establecido un puesto, defendido por gruesas piezas de artillería de sitio, procedentes de las baterías de la costa, se retiraron a paso acelerado hacia los montes. El gobernador estaba no cabe más satisfecho, y así proseguimos en nuestra marcha. Cada cual, al pasar por aquellas áridas y asoladas llanuras, trataba de saludar por última vez, con una ojeada de pesar, el lugar donde existieron sus haciendas, su habitación, sus riquezas, y, a menudo, ni aun siquiera nos era dado conocer el sitio.

A veces nos atajaba el paso el fuego que de los