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distinción fueron desatados por su mandato de la rueda donde los tenía ya ligados Bouckmann para darles tormento, y se contaban de él otros mil actos de generosidad que serían demasiado largos de referir.

Sin embargo, mi sed de venganza no parecía próxima a saciarse, pues no había vuelto a oír hablar de Pierrot. Los rebeldes, al mando de Biassou, seguían hostigando al Cabo, y aun tuvieron una vez el arrojo de subir al cerro que domina la ciudad, costando no poco trabajo el rechazarlos a los cañones de la ciudadela. Entonces el gobernador resolvió acorralarlos hacia lo interior de la isla. La milicia del Acul, el Limbé, Ouanaminta y Maribarou, unidas al regimiento del Cabo y a las terribles compañías de Dragones amarillos y encarnados, formaban nuestro ejército de operaciones. La milicia del Dondon y de Quartier-Dauphin, reforzadas con un cuerpo de voluntarios a las órdenes del comerciante Poncignon, guarnecían la plaza. El gobernador trató primero de desembarazarse de Bug-Jargal, quien le incomodaba en sus movimientos y le alarmaba con sus diversiones. Envió, pues, en su busca la milicia de Ouanaminta, con un batallón del Cabo; pero la columna regresó a los dos días en completa derrota. El gobernador se obstinó en destruir a Bug-Jargal, y mandó salir a las mismas tropas con cincuenta dragones amarillos y cuatrocientos milicianos de Maribarou de refuerzo. Esta segunda expedición quedó más maltratada aún que la