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Apenas convalecido, fuí a solicitar del señor De Blanchelande que me pusiese en servicio activo, y quiso él confiarme la defensa de algún punto fortificado; pero yo le supliqué que me agregara en clase de voluntario a cualquiera de las columnas volantes que acostumbraban a hacer expediciones contra los negros para barrer el país. Mientras tanto, se había fortificado de ligero la ciudad del Cabo, y la insurrección seguía haciendo espantosos progresos. Los negros de Puerto Príncipe empezaban a conmoverse; Biassou hacía de cabeza de los del Limbé, el Dondon y el Acul; Juan Francisco se había declarado generalísimo de los rebeldes de las vegas de Maribarou; Bouckmann, famoso más adelante por su trágico fin, recorría con sus secuaces las riberas de la Limonade, y, por último, las bandas de Morne-Rouge habían aclamado por caudillo a un negro llamado Bug-Jargal.

El carácter de este último, a dar crédito a lo que de él se decía, contrastaba de una manera extraordinaria con la ferocidad de sus iguales. Al paso que Bouckmann y Biassou inventaban mil géneros de muerte para los prisioneros que caían entre sus garras, Bug-Jargal se apresuraba a facilitarles medios para salir de la isla. Los primeros celebraban contratos con las lanchas españolas que cruzaban por la costa y les vendían de antemano los despojos de los desgraciados a quienes precisaban a la fuga; Bug-Jargal, por el contrario, había echado a pique varios de estos piratas. M. Colas de Maigné y otros ocho hacendados de