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es menester sacrificarse por el bien general, y yo lo haré el primero. Quinientos negros me quedan sumisos, y los pongo a disposición de la Junta.

La propuesta se recibió con un movimiento general de horror y voces unánimes de “¡Horrible! ¡Abominable!”

—Medidas de esa naturaleza son las que lo han arruinado todo—dijo otro hacendado—. Si no se hubieran dado tanta prisa en ajusticiar a los insurgentes de junio y julio, se habría podido coger el hilo de la conspiración, y no que ahora el verdugo lo ha cortado con su hacha.

El ciudadano C... observó por algunos instantes el silencio propio de un despechado, y luego empezó a refunfuñar entre dientes:

—Pues, con todo, me tenía y me tengo por persona no sospechosa. Soy amigo de todos los negrófilos del mundo, y corresponsal de Brissot y de Pruneau de Pomme-Gouge en Francia; de Hans Sloane, en Inglaterra; de Magaw, en América; de Pezll, en Alemania; de Olivarius, en Dinamarca; de Wadstrohm, en Suecia; de Peter Paulus, en Holanda; de Avendaño, en España, y del abate Pedro Tamburini, en Italia.

A medida que adelantaba en su catálogo de negrófilos, iba alzando la voz, y, por último, concluyó con decir:

—¡Pero aquí no se entiende pizca de filosofía!

M. De Blanchelande pidió por tercera vez que se recogieran los votos.

—Señor gobernador—dijo una voz—, mi pare-

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